viernes, 23 de julio de 2010

Su dolor, mi dolor, su dolor

Hay veces en las que me da vergüenza sentir dolor por las tragedias ajenas. Hoy es una de esas veces. Ácabó de colgarle a una madre soltera de dos hijos que perdió su casa, sus ahorros de toda su vida, su carro, sus cosas, porque a uno tantos se les ocurrió venderle un apartamento en un edificio mal construido que colapsó con el terremoto.
Estoy destinada a vivir con rabia, me dijo.
Día tras día, cuando esta señora toma el autobús porque ya no tiene carro, cuando visita a su hijo en el campo, pues tuvo que mandarlo a vivir con sus padres porque el apartamento arrendado donde está ahora es muy pequeño, lo que siente es rabia. Una rabia que la carcome.
Y yo al otro lado del teléfono con lágrimas a borbotones, sintiéndome mal por ella y bien porque yo, o los míos, no estamos pasando por nada parecido.
Yo no quiero lástima, me dijo.
Y lástima es precisamente lo que yo siento. Me da vergüenza, pero no dejo de sentir dolor por ella y por las otras 30 y pico de familia que están iguales y que lo más probable es que pasen muchos años antes de que les paguen su dinero, si acaso es que se los pagan.
Justo hoy amanecí triste porque extraño a Licantro y porque quiero estar en Nueva York (que ironía, cuando estaba en Nueva York extrañaba Caracas, a veces pienso que estoy destinada a extrañar siempre algo) y por bobadas de ese tipo. Y ahora me siento mal por sentirme mal por esas estupideces.
Los seres humanos somos muy raros, siempre he pensado. Necesitamos ver tragedia ajena para darnos cuenta de que nuestra vida no es tan mala después de todo. Por eso es que la miseria y el dolor son tan rentables, y hay tantos libros escritos sobre tragedias, y tantos programas de televisón y tantas películas.
Nos convertimos en un espectáculo, me dijo la madre soltera. En un circo, en un show, para todos, me dijo.
Y yo no hago más que sentir vergüenza y sentir dolor e impotencia.
Cuando lo entenderemos? La vida es una mierda, pero es la única que hay.
La otra alternativa, como estuvo a punto de averiguarlo la madre soltera esa madrugada cuando su vida literalmente guindaba de una cortina, es mucho peor.
En ese momento me arrodillé y le pedí a Dios que por favor me dejara ver a mis hijos una vez más, me dijo.
Y yo pienso cuantas tragedias ajenas más tengo que presenciar para reaccionar.
Nada, que hoy siento, que vivo esta vida adormecida.

miércoles, 14 de julio de 2010

Aquí me quedo yo


Con frecuencia me sucede que llego a un sitio nuevo, por lo general pueblos, ciudades costeras o campos desiertos, y me digo a mi misma: "aquí me quedo yo". Como si no hubiese otra vida, como si yo no tuviese una vida, como si nadie me esperara, como si yo procediese de ningún sitio sólo para llegar a este nuevo sitio.
El lugar, por supuesto, debe ser lo más alejado a mi vida real para que yo quiera quedarme en él con unas ganas locas e irracionales que no se de donde salen. No es que me quiera quedar en Buenos Aires porque, oye que linda y que cultural que es, o que me quiera quedar en Nueva York porque es Nueva York o París porque es la ciudad más linda del mundo (y no acepto discusión) no, cuando he dicho "yo me quedo aquí" me he querido quedar en un pueblo pesquero cerca de Puerto Cabello o en unas montañas de los Alpes franceses donde sólo hay 10 casas y hay que buscar agua en el pozo, o en el pueblo de mis bisabuelos en la costa italiana, encajado en una montaña y con una sóla vía para llegar a él y venirse de él, y con un sólo restaurante en el que la especialidad es Carne de Caballo.
Sí, y aunque la verdad es que 1. probablemente desfallecería de hambre en el pueblo de mis abuelos porque el caballo es el animal que más amo en este mundo y no soportaría comérmelo 2.soy tan floja que si para bañarme necesitara agua del pozo probablemente pasaría la vida sucia 3. pasaría dos días felices bailando tambor y tomando agua ardiente en el pueblo pesquero y luego moriría de aburrimiento, cuando llego a ese lugar y lo veo y lo huelo y lo sueño, lo único que quiero es quedarme ahí para siempre.
Hace poco estuve en el Valle de Cochalgua (una de las zonas de vino en Chile) y en una de las viñas que visité quise quedarme ahí. Llamar a Licantro, decirle "oye sí amor nos mudamos a Colchagua te voy a buscar al aeropuerto" comprar una casita (no sé con que lata pero así son de caprichosas las fantasías) dejarlo todo y mudarme para dedicarme a escribir en una terraza y beber vino.
Y ya yo sé que esta es una fantasía común la de huir a un pueblo olvidado y empezar una vida distinta y serena, pero en verdad me asusta la intensidad de mi deseo. Si la decisión la tuviese que tomar en el momento de mi encuentro que "ese lugar" lo más probable es que no estuviese ahorita escribiendo desde Santiago sino que estaría en mi terraza de la casita en Colchagua.
Por ahora, y mientras el deseo no sea tan fuerte como para atar mis pies al suelo mágico del lugar de huida de mis sueños, me queda seguir con mi vida y esperar por un nuevo lugar.

jueves, 8 de julio de 2010

Un lugar de detalles




Estábamos en alguna tasca de nombre popular y muy propicio -algo así como el hueco, el foso, o no me acuerdo qué- tomando una bebida llamada terremoto, hecha de vino con helado de piña, cuando Aleja dijo algo que se me quedaría grabado y que un fin de semana más tarde, cuando visité la ciudad costera de Valparaíso, me repitiría en la mente...
"Valparaíso es un lugar de detalles".

Y sí que lo era.
Los colores de pueblos de ensueños, fucsia, turquesa, verde, naranja...
Los grafittis estrafalarios en las paredes...
Las vistas multicolores...
Un gato travieso que se colaba por las rejas verdes de una casa amarilla...
Unas negritas de cerámica en el tope de un techo, sentadas con sus piernitas diminutas y estáticas guindado hacia al vacío...
Una serenata, mal cantada con el alma, de algún puber enamorado.

Amy y yo llegamos a Valpo (así le dicen los chilenos) a eso de la media tarde. desvanecidas por el hambre, llegamos a un lugarcito francés, encogidito y con un sólo menú de tres platos: carne con papitas como en forma de nuez, una ensalada, un postre de profiteroles.. y por supuesto vino. Nos tomamos una media botella, y después adormecidas empezamos a recorrer Valpo.
La ciudad cambia con cada paso, con cada esquina recorrida. Desde un lugar se parecía a Niza, desde otro más bien a Lima, desde otro rincón era indudablemente Venecia... y así, llegué a la conclusión de que Valpo no se me parecía a nada que hubiese visto jamás.
En la caminata se atravesó un café llamado El Jardín, decorado con matas de todos los tamaños, con regaderas, con artículos de jardinerías, con sofaces forrados de telas de flores rosas...
Nos tomamos dos chocolates pequeños porque es invierno y hacía frío y nos quedamos allí más de una hora, primero en una mesa de esquina y luego echadas en unas poltronas donde por un instante me imaginé una vida distinta.. una vida en la que yo tenía un café-jardinera, una vida en la que no había fechas, en la que no había hora, en la que había todas las ciudades y ninguna ciudad.... una vida de puro color.
Una vida que sólo es perfecta cuando no se tiene.