jueves, 24 de junio de 2010

Culpemos a la luna

La culpa es de la luna. No es del sol inaspectado que me dijo aquella astróloga en Caracas, ni de mercurio que está retrogado en Cáncer como desde el día en que nací (no exagero, Mercurio estaba retrogado el día en que nací).
Yo he llegado a la conclusión de que la culpable de mis cambios de humor es la luna. Sí, tal cual como el cliché "ella es lunática". Sí, soy lunatica, literalmente. No sólo la luna es el signo que rige a Cáncer, mi signo, sino que cada vez que la luna cambia, yo cambio. Y la luna cambia con bastante frecuencia, debo aclarar.
Ahora estoy particularmente asustada, porque leí hace unos días que el 26 hay un eclipse de luna que va a poner mi vida patas arriba. Ok, ya se que no hay que creer en los astrólogos que siempre dicen lo mismo, pero cuando se trata de la luna yo paro la oreja.
En los días de luna llena me pongo eufórica y paso de la carcajada al llanto sin un término medio. Medialuna, absolutamente nostálgica. Luna nueva o asuencia de luna, absolutamente irracional. Y así va...
He visto señales de que lo del eclipse va en serio. Ayer cuando salí del trabajo llovía, estaba cansada y me iba a ver con una amiga y pasé por el cajero a sacar plata. Traté de tomar un taxi y fue imposible, uno incluso se paró y arrancó cuando fui a abrir... el muy hijo de su mamá. Obvio que me puse a llorar, entré en pánico, llamé a Amy, me gasté en 10 minutos todo el saldo de mi celular chileno.
Cuando finalmente llegué a casa y fui a cambiar mis cosas de cartera me di cuenta que la tarjeta no estaba. La había olvidado en el cajero. Pánico total. Llamada a Licantro mi esposo, gritos, llantos.
Diez minutos después tarjeta cancelada y yo en camino al hotel W a tomar Carmenere y comer una hamburguesa con centro de foi gras. Exquisita.
Mi humor: mejor.
Luego de bares en Bellavista. Hermoso. Casitas de colores, pequeñitas, callecitas de piedras.
Mi humor: distendido.
Esta mañana retrasada a la entrevista.
Mi humor: atropellado.
En la tarde triste, triste, porque extraño a Licantro.
Para la noche quedé en encontrarme con Anaya, mi amiga venezolana que vive en Buenos Aires y que vino a pasar unos días en Santiago (sí, ya sé, parece el itinerario de Carmen San Diego)y mientras la luna estaba plena y hermosa con su conejo dibujado en el medio nosotras tomamos vino en la terraza de un bar chilenísimo mientras comíamos patatas bravas y carne en salsa de más vino.
Mejor que esta luna me encuentre alicorada.

lunes, 21 de junio de 2010

Recuento escueto de dos semanas de excesos

Los ríos de vino han sido tan caudalosos que desde que me adentré en ellos no he podido salir ni para escribir la primera entrada de este blog, que más que un diario de viaje detallado, es un cuaderno de notas escuetas sobre mis noches de vino, la gente que me impresiona, los lugares de lo que me enamoro, y mis desvaríos emocionales (que son bastantes).
Llegué al Sur del Sur a las 6:50 am de un domingo friolento. Me fue a buscar Don Luis, una especie de duendecillo regordete, enrojecido y hablador que Josefina, mi jefa, había mandado a recojerme. A duras penas le pude explicar a dónde iba...
-- No se preocupe, ahí encontramos la calle señorita --me dijo, y así fue.
En el trayecto iba con los ojos pelados pero no recuerdo nada de lo que ví. Así son los primeros encuentros con las personas o los lugares. Uno los recuerda como si se tratara de un sueño: tenía el pelo negro o más bien era castaño, la plaza tenía en el centro una fuente o un jardín de flores?
Calles entremezcladas y la sensación de que estaba en un lugar limpio y organizado (más que Caracas, más que Nueva York).
Mi habitación en el apartamento de la Pancha (mi amiga chilena que nos está alquilando dos habitaciones a mi y a Amy, mi amiga gringa que también se vino a hacer pasantías) es hermosa. Tengo una terraza para mi sola, que hasta ahora no he usado ok, pero al menos la tengo, y el closet es gigante, tanto que creo que no me traje ropa suficiente.
La Pancha es un ángel, me llevó el primer día a cambiar dinero, a comprar un mapa y a comer comida chilena... Empanada de pino (carne molida con cebollas, aceitunas y una mitad de huevo), polllo a la plancha con pure picante y pisco sour...
Al día siguiente vino tinto, con un pollito y champiñones que preparé y alcachofas que preparó la Pancha, al día siguiente vino blanco con tomaticos cherry y mozarella, al día después pasta al olio (aceite con ajo, y pedacitos de tomate) y el de más arriba una botella de vino blanco de cuatro dólares (el precio no se correspondía con la calidad) para celebrar que me habían publicado mi primera historia en el Washington Post.
El viernes de esa semana noche de chicas (Amy, la Pancha y yo) en un bistro francés, donde comimos crepes y bebimos vino. Dos botellas de blanco. No me pregunten cuál, me ha dado flojera anotar etiquetas, yo lo que quiero es que queden registrados en la memoria de mi paladar. Después, de bares a tomar pisco sour y a levantarse a la mañana siguiente como una quinceñera que tomó cerveza por primera vez: estúpida y asquerosamente enratonada.
Todavía no he tenido conversaciones trascendentales pero sí he conocido gente interesante y me he tomado todo el vino que me ha pasado por delante... bueno, caro, barato... nunca malo.
Dos semanas que anticipan dos meses de excesos. Excesos sureños.